El viaje a ninguna parte

Entiendo que el furor independentista de Artur Mas es una forma de hacer palanca -vía tironeo- en el momento más blando de una España de gelatina. Entiendo que no es él quien habla, sino la oportunidad del menudeo ideológico a través de él. Imagino también que esa recaída en el siglo XIX es un tema de mucha trascendencia política, pero me aceptarán ustedes que por cuestiones prácticas ande más atento a los asuntos de interés general y su repercusión en la calle. Llevamos semanas escuchando al pequeño Honorable (un rey de llavero) dar la tabarra con algo que a la gran mayoría de ciudadanos le suena a polilla. La vida anda ya en otras latitudes y requiere de mapas nuevos para ser caminada. Pienso en la multitud del paro, en los que se sumarán a ese mal futuro en breve. Pienso en el rescate y sus feroces condiciones. En los servicios públicos laminados. En los ocho millones de personas que reclaman ayudas sociales. Pienso en lo que importa, lejos del cancán autocompasivo del nacionalismo y su tendencia al analfabetismo y la castañuela, capaz de hacer de la derrota una victoria aplazada.

No encuentro hoy más causa histórica que poner contra la pared a los banqueros, a los políticos untados y al orfeón parásito que ha diseñado nuestra pobreza estirando sus patrimonios particulares. Ésa es la única batalla. Y no el secesionismo con farolillos del señor Mas, que aspira a completar una arcadia sin cash y con rondallas. Su actitud destila un pringue provinciano escasamente practicable cuando lo que toca es hablar mansamente de federalismo -que es suma de riqueza histórica, política, lingüística-. Los mártires de terruño suelen ser mequetrefes violentos que se avistan a sí mismos como apariciones, como milagros.

Hoy no se trata de rezar a la nación única, sino de rechazar la burra de las banderas cuando el personal sólo quiere ondear las facturas pagadas. El nacionalista tipo Mas no suele ser un demócrata pleno porque invierte más fe en los paisajes que en las ideas. Y tira de un arcaísmo cabezón para justificar su irracionalismo. (Esto no rebaja la españolada del ministro Wert, que debiera andar ya dimitido por soflamero). Cataluña se está dilapidando a sí misma con su inoportuno gallardete de escisión... Pero este mercadeo importa muy poco. La angustia de la peña tiene raíces más serias y urgentes. Se trata de frenar este viaje inducido a ninguna parte. Y ahí no hay más patria que la cárcel y el relevo para los culpables. Lo otro es el chocolate del loro.